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De la resignación a la libertad

  • Soledad Serrano
  • 26 may
  • 3 Min. de lectura
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Recuerdo una vez,  cuando pequeña, que  me llevaron a la función de un circo. Lo que más capturó mi atención, fue un par de elefantes encadenados. Cuando comenzó el espectáculo, lo único que quería era ver a los animales actuar,  y,  por supuesto, a los enormes elefantes. Después de un buen rato pude verlos y quedé maravillada al observar todas las cosa que podían hacer, levantaban recipientes pesados con su trompa y los apilaban uno sobre el otro, hacían rodar barriles y hasta bailaban junto a sus domadores. Con sus trompas, sostenían una cuerda para que los demás animales y las personas hicieran su parte del show. Solo podía pensar en lo maravillosos que eran estos inmensos animales. Al terminar la función, volví a verlos en su lugar; otra vez, encadenados. Miré  nuevamente sus  ojos y se veían tristes,  no como cuando estaban actuando.


Muchas veces nosotros, los cristianos, vivimos con limitaciones autoimpuestas, resignados a una vida de derrota miedo y mediocridad

Algunos años más tarde, llegó a mis manos un extracto de un cuento llamado “El elefante encadenado”. En esta historia, se cuenta la vivencia de un niño, que al visitar un circo, vio un enorme elefante encadenado a una pequeña estaca y,  aunque el elefante tenía la fuerza suficiente para soltarse y liberarse, no lo hacía. El niño, impactado por lo que veían sus ojos, preguntó al domador el por qué no se escapaba. La explicación, muy simple, fue que desde pequeño el elefante estuvo atado de la misma forma, y por supuesto, había intentado liberarse. Sin embargo, sin la fuerza suficiente por su edad y tamaño,  y tras muchos intentos fallidos, se resignó ante la imposibilidad de romper la cadena y nunca más volvió a intentarlo. Esta historia me hizo recordar y comprender por qué los elefantes que vi en el circo en aquel entonces tampoco eran capaces de escapar,  a pesar de todas las habilidades que tenían.


Jesús no vino para que viviéramos así, el vino a romper nuestras cadenas, a darnos libertad verdadera y vida en abundancia.

Muchas veces nosotros, los cristianos, vivimos con limitaciones autoimpuestas, resignados a una vida de derrota miedo y mediocridad. “Vivimos como elefantes de circo”,  que cuando  pequeños fuimos atados a una cadena que no pudimos romper. Con el tiempo, aunque crecemos y desarrollamos una fuerza que nos hace capaces de  liberarnos fácilmente, ni siquiera lo intentamos. Nos hemos acostumbrado a estar atados y la cadena, ya no nos retiene físicamente, sino mentalmente.


A  veces, vivimos atados a heridas del pasado producto de la culpa, el temor, el fracaso,  o por la creencia de que “así son las cosas” y no pueden cambiar. Pero Jesús no vino para que viviéramos así, el vino a romper nuestras cadenas, a darnos libertad verdadera y vida en abundancia.


Así que, si el Hijo los libera, serán verdaderamente libres” (Juan 8:36, Nueva Versión Internacional).


No estamos llamados a vivir como esclavos cuando hemos sido redimidos por el amor de Cristo. Su sacrificio en la cruz no solo nos perdonó, sino que nos empoderó para caminar en libertad, autoridad y propósito. La resignación no es una opción para los hijos de Dios. Estamos llamados a levantarnos, a romper con el pasado, a creer en las promesas de Dios y a vivir conforme a la identidad que Él nos ha dado.


No estamos llamados a vivir como esclavos cuando hemos sido redimidos por el amor de Cristo

Hoy es una oportunidad para que puedas reflexionar: ¿qué cadenas me siguen atando? ¿Son reales, o son como la del elefante del circo, que solo están ahí porque me he acostumbrado a ellas?

 

Jesús vino para soltarte. Ya no vivas resignado. Vive libre.


El Señor te Bendiga.

 
 
 

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