Guarda tu casa, Dios va contigo
- Claudia Aranda

- 31 may
- 3 Min. de lectura

Cuando atravesamos por momentos de soledad, de angustia o de debilidad, tendemos a creer que hemos sido abandonados. Pero la verdad que encontramos en la Palabra de Dios echa por tierra cualquier duda, pues nos revela que: nunca estamos solos. El Señor no nos deja ni nos desampara. El siempre va delante de nosotros como poderoso gigante, nos defiende, aunque no podamos verlo.
El siempre va delante de nosotros como poderoso gigante, nos defiende, aunque no podamos verlo.
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” Romanos 8:35 (RVR1960). Nada, absolutamente nada, puede separarnos del amor de Cristo. Pero, aunque Dios está con nosotros, también debemos estar atentos y vigilantes. Cuando más cerca estamos de Él, cuando más limpia está nuestra casa, nuestro corazón, nuestra mente, nuestra alma, el enemigo rápidamente se pone en acción e intenta regresar.
cuando más limpia está nuestra casa, nuestro corazón, nuestra mente, nuestra alma, el enemigo rápidamente se pone en acción e intenta regresar.
En la Palabra, Jesús nos advierte: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” Lucas 11:24–26 (RVR1960). Este es un llamado de alerta. Si Jesús ya limpió nuestra vida, no permitamos que el enemigo regrese a ensuciarla. Es en ese descuido, en esa pequeña puerta abierta, donde entran los viejos hábitos, los pensamientos destructivos, los pecados ocultos. Es cuando justificamos lo injustificable que comenzamos a convivir con Dios y con el enemigo. Y eso no puede ser.
Si Jesús ya limpió nuestra vida, no permitamos que el enemigo regrese a ensuciarla
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” 1 Corintios 3:16 (RVR1960).
Guarda tu casa: No la ensucies de nuevo.
Todos tenemos en el alma cosas que nos contaminan: heridas no sanadas, hábitos destructivos, cadenas que arrastramos desde generaciones anteriores. Pero el Espíritu Santo quiere purificarnos completamente. No podemos volver atrás. No debemos forzar situaciones ni tratar de controlar lo que solo Dios puede manejar.
No vuelvas a las prácticas del pasado.
El enemigo se disfraza como ángel de luz, y muchas veces usamos el engaño espiritual para justificar nuestros pecados: “no es tan grave”, “Dios me entiende”, “así soy yo”. Pero estas son excusas que lo único que hacen es abrir la puerta al enemigo.
Hoy es el día de cortar con todo aquello que no agrada a Dios: prácticas falsas, engaño espiritual, amargura, rebeldía, orgullo, ataduras o herencias familiares que no vienen del Espíritu.
Pero ¿cómo podemos resguardar la puerta?:
Confiesa: Saca a la luz lo oculto. La confesión rompe el poder del enemigo.
“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” Proverbios 28:13 (RVR1960).
Renuncia: Declara con tu boca y corazón que ya no perteneces a esas cadenas. Rompe pactos y ataduras.
Ora: La oración es tu conexión directa con Dios. Es tu arma de guerra.
Adora: La adoración limpia el ambiente espiritual de tu casa y de tu alma. Donde hay alabanza, el enemigo no puede permanecer.
Sana: Permite que el Espíritu Santo cure tus heridas, para que no se conviertan en raíces de amargura.
Dios quiere morar en una casa limpia. Tú eres ese templo. No dejes que el enemigo vuelva a ganar terreno. Cristo ya te limpió, ahora te toca a ti guardar lo que Él ha restaurado.
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” Romanos 12:1 (RVR1960).
No estás solo. Dios pelea tus batallas. Cierra la puerta. ¡No regreses a la suciedad del que Cristo te sacó!
Oremos:
Señor amado, gracias porque nunca me dejas ni me desamparas. Gracias porque en Cristo Jesús ya he sido limpiado. Hoy renuncio a todo lo que abre la puerta al enemigo. Limpia mi casa, y habita en mí. Ayúdame a guardar lo que Tú has restaurado. Fortaléceme para resistir en el día malo y permanecer firme en tu verdad. En el nombre poderoso de Jesús, amén.
Dios te bendiga.






Comentarios